El Cementerio

La convivencia con los muertos fue habitual hasta finales del siglo XVII cuando comenzaron los primeros signos de incomodidad ante el uso compartido del suelo entre los vivos y  los muertos. Esa cercanía a la que se habían acostumbrado a lo largo de los siglos, y a la que estaban familiarizados, comenzó a romperse por diversos rumores de todo tipo, desde ruidos bajo las lápidas a enfermedades contagiadas tras visitar alguna iglesia. Todos estos rumores fueron objeto de estudio de ilustrados y médicos del siglo XVIII que consideraron que existía “una relación entre el ruido y las tumbas, las emanaciones de los cementerios y la peste”.

Podemos atribuirle al protomédico del papa Clemente XI, a comienzos del siglo XVIII, el primer proyecto de construcción de cuatro cementerios públicos fuera de Roma, que, sin embargo, no pasó del papel. Pero a partir de ahí se multiplicaron otros proyectos e informes con el mismo objetivo en España y otros países. Encontramos denuncias y peticiones de no enterrar dentro de las iglesias por motivos de salud desde la segunda mitad del siglo XVIII, y como alternativa se propondrán otras ubicaciones fuera de las ciudades.

El siglo XVIII será el siglo de higienistas y racionales, y se denunciará la insalubridad de los cementerios prohibiendo definitivamente enterrar en el interior de las iglesias por considerarlo causa de epidemias. 

El proceso se aceleró en 1780 por causa de una epidemia en París que afectó al barrio donde se ubicaba el Cementerio de Los Inocentes, culpándosele de ser el foco de infección. En 1786 se clausuró definitivamente este cementerio y comenzaron a vaciarse los cementerios y las iglesias, y a trasladar los restos a las antiguas canteras subterráneas de la ciudad. 

Francia sería la primera en decretar la prohibición de enterramientos en las iglesias, pero España no tardó en seguirle. El 3 de abril de 1787 Carlos III decretó el suyo a través de una Real Cédula en que se prohibía severamente enterrar en las iglesias en beneficio de la salud pública, ordenando el uso de cementerios ventilados para sepultar los cadáveres de los fieles. Sin embargo no llegó a cumplirse, y en 1804, una circular de Carlos IV hubo de recordarla y exigir su aplicación. Se sucedieron disposiciones complementarias y Reales Ordenes sobre el mismo asunto desde 1799 hasta 1840, sin embargo a mediados de siglo aún no se habían construido cementerios fuera de poblado en más del 50% de los pueblos de España.

La guerra de la Independencia se encargó de cortarlo y retrasarlo, a pesar de los impulsos dados por José I en 1809. Además se sumaron problemas jurídicos entre el municipio y la iglesia sobre de quien era la jurisdicción y sobre quién era el que tenía que sufragar los nuevos cementerios que también influyó en el retraso.

Desde la  orden de 1787, la construcción recaía sobre los párrocos mediante el dinero de las fábricas de las iglesias pero esto debió de modificarse en 1806, 1833, 1834 y 1840, auspiciando a los Ayuntamientos a su construcción y dándoles facilidades financieras. En el Reglamento de 8 de abril de 1833 se determinaba que “los cementerios sean construidos con fondos municipales aunque su custodia  seguirá correspondiendo a las autoridades eclesiásticas.

 Así nos hallamos en Santolea, donde existía un cementerio junto a la iglesia, que llamábamos el cementerio viejo y que en alguna de estas disposiciones antes mencionadas, se eligió para la construcción del nuevo en un lugar alejado de la población  y en lugar bien ventilado y que probablemente se hizo donde habían estado  instaladas las Horcas, donde se ajusticiaban a los reos, puesto que el camino que pasa próximo al cementerio, le quedó el nombre de camino de Las Horcas. Aunque desconocemos la fecha de su construcción, los datos de los enterramientos que se llevaron a cabo durante la existencia del pueblo, los hallamos en el Registro Civil, aunque puede que se iniciaran antes de esta fecha pero no tenemos datos anteriores. Los datos de dichos enterramientos que disponemos de estos 96 años documentados, son los siguientes.

El primero corresponde a Simona de Gracia de 11 meses y 18 días, que falleció el día  10 de Enero de 1871.

El último en 1967, Carmen Carbó Ballestero, de 82 años, falleció el día 27 de Diciembre.

Durante este periodo de tiempo, han sido enterrados en este cementerio, 1731 personas, 837 adultos y 894 menores. Datos que nos facilita el Registro Civil de Santolea.

A partir de este momento, queda en aparente estado de abandono, pero no olvidado, no hay acceso para entrar y alguien practico un agujero en la pared por el que poder acceder al recinto, lo que facilito también la entrada de gente poco respetuosa que rompieron cruces y profanaron sepulturas.

Dentro de él aún podemos ver un edificio donde hay un ataúd en malas condiciones, que era el depósito, donde en los casos de epidemias accidentes o suicidios, el difunto estaba hasta pasado el tiempo reglamentario hasta poder ser enterrado.

Hoy nuestro  deseo sería poderlo mantener dignamente, por respeto a los cientos de cadáveres de nuestros antepasados.

Cementerio de Santolea