UN VIAJE en el recuerdo

 

El verano es un momento muy apropiado para recordar nuestros orígenes. Las vacaciones nos permiten movernos y llegar a aquellos rincones que para nosotros tienen un significado especial, aquellos  sitios donde dimos nuestros primeros pasos, amigos con los que tanto compartimos, las salidas por el campo tan sencillas pero que a la vez tanta huella dejaron en nosotros, una forma de vida con tan pocas exigencias, que nos permitía vivir con las cosas más indispensables. Todo esto nos hace pensar en lo poco que tuvimos, pero que en definitiva era suficiente para ser felices.

 

Los tiempos cambiaron y se puso de moda el abandonar los pueblos, los amigos se fueron dispersando y solamente en los veranos, tenías la oportunidad de juntarte con alguno de ellos, pasaron algunos años, pero finalmente terminamos por formar parte de los que emigraron, pensando en una vida mejor para nuestros hijos y mayores comodidades para todos, aunque en muchas ocasiones no fuera más que un espejismo, pero esto fue la causa de la desaparición de muchos de aquellos pueblos convertidos en despoblados. El nuestro tenía unas características distintas, no era de los que se podía regresar en el verano para juntarte con otros emigrantes o algún vecino que había quedado, el pueblo había sido demolido casa por casa y en lo que fue el solar donde estuvo situado, sólo quedan restos de edificios desperdigados por todas partes, por lo que la añoranza de lo que fue, se hacía mayor.

 

A este despoblado nos vamos a referir hoy. Nuestro hombre salió un día de su pueblo dispuesto a mejorar su modo de vida y se marchó a Barcelona, donde veía unas mayores posibilidades para sus hijos, pensando que podían tener mayores oportunidades de las  que había tenido él, aunque al mismo tiempo, sus hijos no tendrían la oportunidad de vivir aquella vida tan sencilla en contacto permanente con la naturaleza y los elementos que la integraban.

 

Su trabajo en la gran ciudad le absorbía la mayor parte de su tiempo, pero se veía contento de dar a sus hijos lo mejor, acudiendo a escuelas de formación que les permitiría en el futuro ser personas preparadas. Los fines de semana, salían con su familia al campo a disfrutar con los suyos o recorrían la ciudad observando sus muchos encantos, pues una gran ciudad, tiene la ventaja de tener siempre algo con lo que sorprendernos.

 

Pero a pesar de no faltarle nada y de haber mejorado su nivel de vida, nunca olvidó aquel pequeño pueblo donde dio sus primeros pasos y tuvo sus primeros amigos. Aquello era algo grande que no podía olvidar. Era su tierra.

 

Crecieron sus hijos y pronto empezaron a casarse, de estos matrimonios, nacieron nietos a los que siempre quiso comentar sus juegos de niño y la forma de vida en el pueblo, que a los que siempre han vivido en la ciudad les llama más la atención y así llegó un verano al que se trasladaron a visitar el pueblo del abuelo y del que tantas cosas les había contado.

 

El pueblo era uno de aquellos despoblados que se fue abandonando hasta no quedar nadie. Hace muchos años se construyó un pantano para asegurar el riego del Bajo Aragón y lo que fue riqueza para una extensa zona, se convirtió en ruina para aquel pequeño pueblo, por lo que el regreso al mismo tenía sentimiento de nostalgia.

 

Nuestra familia se desplazó desde Alcañiz, todos estaban contentos por ver el pueblo del abuelo, pararon en Castellote donde hicieron un descanso. A este pueblo habían acudido en muchas ocasiones para hacer diversas gestiones, puesto que era el partido judicial del que dependían.

 

Siguen su viaje y todo el camino es un recuerdo vivo, el abuelo viaja pensativo, cada curva, cada rincón le traen recuerdos de momentos vividos. Aquel camino que hoy lo hacemos en coche y no te da tiempo a observarlo, lo había hecho muchas veces andando, por lo que parece como si cada pino o cada romero tuviera algo que contar a nuestro visitante, después de tantos años de ausencia.

 

Los nietos con la alegría de su juventud y su interés por saber, preguntaban al abuelo constantemente -¿este es el pantano de tu pueblo?.- Nuestro hombre orgulloso por estar en su tierra, les intentaba explicar lo mejor posible las zonas por las que están pasando.

 

Desde un mirador cercano al pantano y desde la carretera, les va contando lo que buenamente sabe. -Esta pared que se ve desde aquí, fue construida como presa para cortar el cauce del río Guadalope allá por los años veinte que se iniciaron las obras, por lo que todas las huertas quedaron inutilizadas al ser inundadas por las aguas. Aquí trabajaron muchos obreros venidos de todas partes de España y los que vivían en los pueblos vecinos. Por los años cincuenta, en estos montes había tal cantidad de conejos, que estas higueras que vemos junto a la carretera, estaban comidos los troncos hasta donde llegaban.- ¡Qué tiempos aquellos! pensaba el abuelo.

 

Siguen nuestros excursionistas el recorrido que les falta y el hombre continúa callado dando rienda suelta a sus muchos recuerdos que se le agolpan en su memoria. Parece mentira, que los pocos años vividos en su pueblo dejaran tanta huella. Está volviendo a sus orígenes, al sitio donde dio sus primeros pasos. Los montes, barrancos y fuentes que se encuentran en el recorrido, no tienen secreto para él, los ha visto y recorrido a pié cientos de veces; unas con las caballerías para ir a buscar leña o a realizar las distintas faenas del campo, otras con su rebaño buscando el mejor sitio para sus ovejas, compartiendo con otros pastores sus largas horas en el campo y muchas cazando, afición ésta que practicó siempre que pudo en los años de estancia en el pueblo.

 

Pasan por el barranco San Roque, llegan hasta la loma del Catalán e inician el descenso. Barranco de Marinombre, puente de Mercader, Las Torres. A nuestro hombre le parece ver al Morronero con sus burros subiendo de trabajar montado sobre uno de ellos, con aquella tranquilidad que le caracterizaba, él también un día se fue a Barcelona. Llegan a los Valejos, aquí le viene a la memoria otro vecino, el tío Valentín que bajaba con su burro a trabajar y al salir de una curva del camino, siempre el animal se ponía a rebuznar, lo que molestaba al hombre, que le gustaba pasar inadvertido.

 

Llegan a la piedra del Puente, aquí el abuelo siente cierta emoción, al salvar la misma tendrán a la vista el pueblo de sus sueños, pero la imagen que tienen a la vista es desoladora. ¿ Dónde están aquellas casas que tanto recuerda?

 

Al final llegan al pueblo, el primer encuentro es el Calvario en el mismo aún le  parece oír las voces de sus amigos por aquel recinto donde tantas veces habían estado, unas en cuadrilla con los amigos y amigas, otras a recoger resina de los pinos y cipreses para el incensario de la iglesia, que los mandaba el señor cura y otras para rezar Las Cruces.

 

Nuestros visitantes paran en la ermita que había en el Calvario, pero esto no se parece en nada a lo que había conocido, está rota, destartalada, las paredes con escritos por todas partes. Los nietos sienten curiosidad por todo lo que ven. -¿ Cómo era esto cuando tú eras chico? -El abuelo con tristeza les comenta, -ves, esto era la pila del agua bendita, allá en aquel altar roto estaba la imagen de la patrona, lo restauró después de la guerra el abuelo Querol y el púlpito, el tío Arbiol. Se hacía su fiesta el día 16 de Abril. ¿Veis estas ruinas que tenemos a nuestro lado?, esto era la casa del ermitaño, que se encargaba de cuidar la capilla. -¿ Y porque está todo escrito por las paredes? Comentan los nietos. -El abuelo les aclara que aquellos escritos no se han hecho simplemente para ensuciar las paredes, son mensajes que van dejando sus visitantes para que quien los lea, vea que han pasado por allí personas que no olvidan su pueblo e intentan con estos escritos que alguien los reconozca. -Mirad, un pueblo para la gente que ha nacido en él es como una madre, en ocasiones no puedes estar con ella por distintas circunstancias, pero nunca la olvidas. Todos estos edificios que veis deshechos, son las catorce capillas que componían el calvario, al que se acudía en Cuaresma para celebrar el Viacrucis.- A nuestro protagonista, aún le parece escuchar el canto de Las llagas del Redentor, como cantor principal el tío Molés, los niños de las escuelas entre los que se encontraba nuestro abuelo con sus respectivos maestros y la gente que acudía a la celebración, formando una fila serpenteante entre las estaciones del Calvario.

 

Nuestros visitantes a la salida del mismo, se detienen en un pequeño hoyo donde ha crecido un árbol y que no tiene apariencia de nada, pero que el abuelo quiere explicar lo que es. -Esto era la nevera y tenía una profundidad muy considerable, en ella se almacenaba la nieve en invierno apretándola y tapándola con paja, de esta manera la nieve se conservaba hasta el verano en el centro, pues las orillas se deshacían al contacto con las paredes, a los enfermos se les daba con receta médica y los demás, mediante una pequeña retribución, luego quedó abandonada y se fueron tirando cosas en su interior, hasta que se fue llenando y ha quedado finalmente en lo que estáis viendo.

 

-Nuestros visitantes continúan su recorrido de recuerdos y llegan a la era Más Alta donde se les ofrece una bella panorámica. La costera del Balsar, el barranco Salvador, las Heredades. Los nietos le preguntan -¿ que es esa cueva que se ve ahí abajo?-, eso les comenta el abuelo, le llamaban el Fardachar y a esas cuevas, acudían las mujeres a buscar arena para fregar la vajilla, eran momentos de una vida sencilla, en los que las necesidades de cada casa, se cubrían con los medios que tenían a su alcance.

 

Llegan a las Eras y nuestro hombre parece percibir el ruido de los días tan lejanos, donde abundaba por todas partes la animación. -En estas eras que vemos cubiertas de losas de piedra, que en algunos casos ya han desaparecido, se llevaban a cabo las faenas de la trilla, en ellas se tendían las mieses por la mañana y después de almorzar se enganchaban las caballerías al trillo, que dando vueltas sin parar, separaba la paja del grano, luego se amontonaba la parva y a esperar que haga aire para limpiar el grano de paja y una vez conseguido esto, se metía la paja en el pajar y por la noche se bajaba el trigo a casa.

 

Todos estos restos de edificios que tenemos a nuestra derecha, eran los corrales para el ganado y el piso superior, donde se almacenaba la paja y comida para los mismos.

 

-¿Y que hacíais con el trigo que llevabais a casa?.- Esto se guardaba para el abastecimiento de la familia. Este trigo se llevaba al molino y con  su harina, la familia preparaba la masa que luego llevaba al horno del pueblo para hacer el pan, no había las panaderías actuales que cada uno compra lo que necesita, se amasaba para quince días, lo que quiere decir que los últimos días el pan estaba más bien seco, pero se guardaba en la artesa, que era un recipiente de madera, en el que primero se preparaba la masa para hacer los panes y luego servía para guardarlos.

 

-Llegan nuestros visitantes a las primeras casas que actualmente están en ruinas y el pensamiento de nuestro hombre se va a aquellos días de su infancia, en la casa que tienen frente a ellos, parece que aún está esperando que por la puerta de la misma, aparezca su amigo Miguel, pero ¡cuantos años hace que también se fue a Barcelona! Juntos habían estado de monaguillos con mosen Marcos, habían sido compañeros de colegio y de juegos.

 

Un poco más adelante estaba la casa donde vivía el maestro don Remigio, recuerda la buena relación que existía entre este maestro y su abuelo Elías, que incluso se ayudaban en las faenas del matacerdo. No era precisamente su punto fuerte la enseñanza, pero era su profesión, según él, sus padres le pagaron la carrera para sacarlo de casa.

 

Llegan nuestros visitantes a la plaza del Torrero, que hay que tener mucha imaginación para ver que lo que tienen delante era una plaza. Los nietos le preguntan -¿ esto era una plaza?- Nuestro hombre les comenta con ilusión, que en aquella plaza se habían celebrado acontecimientos muy variados, desde baile por las noches en las fiestas patronales, actuación de teatros ambulantes o la encamisada que se hacía en las fiestas del pueblo.

 

Siguen recorriendo lo que era calle y se encuentran con un edificio en ruinas, el abuelo se apresura a contar a sus acompañantes, que aquello eran las escuelas donde aprendió sus primeras letras, la primera planta correspondía a la clase de los niños y la segunda a la de las niñas. Nuevamente se imagina las hileras una de niños y otra de niñas, a la puerta de la escuela, saludando a los respectivos maestros antes de entrar en clase. En invierno cada niño aportaba cada día un trozo de leña, que servía para mantener la estufa encendida y calentar la clase.- Recuerdo en una ocasión, que el señor maestro sacó el termómetro a la ventana para ver la temperatura exterior, cuando fue a comprobar el frío que hacía, el termómetro había resbalado y se había caído a la calle del Campo, por lo que fue la mayor bajada que sufrió.

 

En esta misma calle estaba el establecimiento del tío Ronzano, donde se vendía productos muy variados y donde se pagaba en muchas ocasiones con el procedimiento del trueque; así no era de extrañar que como pago se entregaran huevos por la compra de algún producto que había en establecimiento o unas pieles de conejo a cambio de cerillas. Eran momentos en que el dinero brillaba por su ausencia, por lo que algunos productos que producían en sus tierras, les servían para adquirir otros.

 

-Aquel recorrido, solamente el abuelo parecía que sabía donde se encontraba, para él, cada paso representaba algún recuerdo y le parece oír la voz de alguno de sus habitantes que le hablan. Le hacen salir de su ensimismamiento la voz de sus nietos, que no entienden que aquello que están viendo pudiera ser un pueblo. -¿ Que era este montón de piedras? Le preguntan. -Esto aunque no lo parezca, era la iglesia y la torre de las campanas.- ¡ Cuanto tiempo ha pasado! pensaba el abuelo. -Recuerdo que siendo monaguillo, algunas veces al tirar de la cuerda para tocar a misa o el rosario, se rompía esta y había que subir hasta las campanas para hacer una nueva atadura, por unas escaleras sin baranda que daba miedo subir y bajar. Junto a la torre estaba la plaza de la iglesia, donde los mozos a la salida de misa, aprovechaban para jugar algún partido de pelota a mano, utilizando como frontón, la pared de la iglesia.

 

-Siguen nuestros caminantes recorriendo el pueblo en sentido descendente, poco pueden ver en su caminar por aquellos restos desperdigados, pero nuestro abuelo lleva grado en su mente cada paso que van dando. -Veis, aquello que se ve al fondo, era la plaza del Cabezuelo, por aquí donde nos encontramos, estaba la calle del Carmen por la que se accedía a la plaza, de ella, por una calle llamada también del Cabezuelo, se llegaba a las Cuatro Esquinas donde llegaremos enseguida.

 

-Llegan al punto señalado por nuestro guía y ni el más optimista puede pensar que aquello fuera un cruce de calles.- Esto les explicó, era la confluencia de las calles Mayor, Cabezuelo, San Roque y La Canal, con lo que daba origen a las Cuatro Esquinas. Este era un punto donde solían reunirse los vecinos en verano, bien por las noches o al mediodía antes de ir al campo. En muchas ocasiones se salía para ver si era hora de la comida, la señal estaba en una piedra que hay encima de Ladruñán llamada la piedra del Cuchillo que tiene esta forma de hoja de cuchillo, donde al medio día se proyectaba una sombra sobre ella que indicaba  que era esta hora. Esta señal sólo servía para días que había sol.

 

-Nuestros visitantes llegan a un pequeño alto en la que se pueden ver los restos de algunas puertas de las casas, como si se resistieran a quedar enterradas. Desde esta pequeña explanada pueden ver el pantano, todos se apresuran a ver lo que tienen delante, pero el abuelo está pensativo, bajo sus pies hay muchos recuerdos. Aquí vivió su abuelo Elías y su abuela Teresa y un poco más adelante, estaba la casa donde vivía la que es hoy la mujer de nuestro abuelo Aún le parece oír su voz cuando de novios iba a visitarla o salían a tomar la fresca a la calle en verano. Frente vivía mosen Marcos y un poco más adelante la Posada. Estamos en la parte más importante para nuestro guía, se están aproximando a donde estuvo su casa.

 

Nuestro hombre se pone a explicar.- Por aquí se iniciaba una cuesta que se llamaba del Cantón, en ella estaba la entrada donde nací yo y que tenía salida al huerto que era esto que tenemos delante de nosotros. Aquí estaba el corral al que daba un balcón que nos permitía salir por la noche a tomar la fresca, mientras podíamos oír el canto de los miles de ranas que había en el pantano y como ruido de fondo el agua de la balsa del Molino al precipitarse al cauce de salida. -El hombre esta absorto como si no entendiera aquel silencio de muerte en que está sumido el pueblo, pero habían pasado muchos años desde aquellos recuerdos que guarda en su memoria.

 

Con muchas dificultades, llegan hasta donde estaba el Molino, con mirada pensativa se queda observando las ruinas que tiene delante. Sus acompañantes no entienden nada de lo que ven, pero él se apresura a explicar. -Todo lo que tenemos a nuestra derecha, era el molino harinero y de piensos, en la pared de la casa había una placa de cerámica que decía Cuartel de Mediodía Molino Harinero, aquí vivió uno de mis amigos más importantes. Su familia se fue a otro pueblo hace muchos años siguiendo su oficio de molineros. Lo que tenemos a nuestra derecha era el lavadero donde acudían las mujeres a lavar la ropa. Aquí un poco más arriba, estaba el generador de la luz y una fábrica de mantas, que desapareció con el pantano.

 

Han terminado su recorrido y deciden volver al punto de inicio donde han dejado el coche, el camino de vuelta lo hacen en silencio, parece que han asistido al entierro de un ser querido al que se resisten a abandonar, pero este es el destino de muchos de nuestros pueblos que un día quedaron despoblados. A lo lejos se divisa el cementerio, donde entre sus tapias están enterrados muchos hijos del pueblo y seres muy queridos de nuestro abuelo. Con tristeza dejan el pueblo que tanto han querido y del que tantos recuerdos tienen, pero la vida sigue y tienen que volver al punto de partida.

 

 

 

 

José Agular Martí

Alcañiz, verano de 2004