Plaza del Torreo
Calle de Las Eras

 

Santolea

Su pasado

 

La historia de Santolea la empezamos a conocer a partir de 1250, cuando vemos la primera mención sobre este pueblo y en 1261, cuando el Comendador de Castellote, arrienda tierras a cinco vecinos, que sería el embrión de lo que años más tarde será el futuro pueblo.

 

En un principio serían cultivos de secano, tierras de cereales y alguna viña, poco a poco se van construyendo caminos y acequias, que permiten poner en riego tierras, que facilitarán la nueva incorporación de nuevos habitantes, al mismo tiempo que se cultivan algún productos, como cáñamo, lino o la cría del gusano de seda, lo cual dará origen a ciertas profesiones y un reclamo para atraer profesionales, como tejedores de lienzos.

 

En el siglo XIX, alcanza su mayor censo de población, cuando en 1877, su censo es de 847 habitantes, pero el siglo XX, empieza con malos augurios para este pueblo. En 1908, se empieza a gestar la construcción de un pantano, que acabará todas sus esperanzas de progreso.

 

El 13 de junio de 1919, dan comienzo los trabajos preliminares, que fueron principalmente sondeos de cimentación, comprobación de la impermeabilidad, del vaso y nombramiento de una comisión asesora, para determinar el emplazamiento definitivo de la presa.  En el mes de Septiembre 1927, se empiezan oficialmente las obras de la presa y en 1932, queda inundada toda su mejor huerta, lo que hará empiece una constante emigración. La primera de estas serán 27 familias, que tomaron distintos caminos, Alcañiz, con un número importante, Binéfar, Esplús, Francia, Más de las Matas, Zaragoza algunos se quedaron en los pueblos más cercanos, Cuevas de Cañart, o Ladruñán.

El año 1958 Se produce una segunda emigración masiva. En esta ocasión, será 12 familias que se trasladan a los nuevos regadíos de la zona de Valmuel y Puigmoreno.

 

Entre los edificios religiosos cabe destacar su iglesia parroquial de Santa María Magdalena, construida en 1615, según la inscripción que había a los pies de una hornacina sobre el arco de entrada, y que seguramente correspondía a su finalización, puesto que en algunos documentos de 1593 y 1596, ya se hace referencia a la iglesia de Santa María Magdalena en la Pobla de Santolea y siempre vecinos de Castellote. Hay otra referencia del año 1411, donde dice, los lugares de Santolea, Dos Torres y El Alconzal, quieren separarse de Castellote, pues a veces se torna en peligroso el camino hasta su iglesia. Como en Santolea existe ya una capilla, se propone este lugar como sede conjunta para nueva Parroquia de los solicitantes.

La ermita de Santa Engracia es otro de los edificios religiosos y se construyó dentro del recinto del Calvario, en la parte más alta del mismo y junto a ella, la casa del ermitaño. Este calvario parece que hubo en el siglo XVIII, un momento de bonanza económica y sus vecinos decidieron su construcción, tomando como patrón el de Alloza, lo formaban 14 capillas, de cuya construcción y mantenimiento, se hicieron cargo las familias más acomodadas, cerrando todo el conjunto con una pared de tapial. Allí se acudía en Semana Santa a celebrar el Vía Crucis,  así como el día de la Patrona Santa Engracia, 16 de Abril.

Para el mayor aprovechamiento de sus tierras, se construyeron varias acequias, lo que permitió transformar en regadío y mayor aprovechamiento su fértil vega. El nombre de estas acequias, mencionándolas de mayor a menor importancia, fueron las siguientes: nacidas en el río Guadalope, acequia Mayor, como su nombre indica era de mayor caudal, se iniciaba en el término de Ladruñán en la partida del Cantalar  y llegada al pueblo, movía el molino harinero, molino de acetite, fábrica de mantas, lavadero y generador eléctrico, cumplidas estas funciones continuaba hasta La Calzada, donde mediante una compuerta reguladora, alimentaba la acequia de La Torre. Desde la Balsa del Molino, salía otra, la de Los Valejos. La acequia del Planazo, su origen estaba aguas arriba de La Aljecira y terminaba en La Tejería, era de menos caudal. La de la Viñarruga, con un recorrido más corto, se iniciaba en el Barranco Gómez y llegaba hasta el de las Cirgulleras, regando la huerta de a derecha del río. Un poco más abajo, en el barranco de la Roza, se iniciaba la de La Parada que llegaba hasta el río Bordón, regando a su paso una zona importante de huerta, cuya mayor propiedad era la masía del Mas de Campos. Otras dos completaban los riegos, la de las Herrerías y la del Calvario. Ambas su origen era el barranco de Dos Torres y era de riego de invierno, aprovechando las aguas sobrantes del pueblo de Dos Torres y aprovechando balsas que permitían almacenar el agua por la noche, para regar el día siguiente.

Fiestas y tradiciones. Estas correspondían a San Sebastián y San Antonio Abad y se  celebraban los días 20 y 21 de Enero. En ambos días se asistía a la misa Mayor y terminada esta se hacía una procesión por las calles, portando a hombros a los correspondientes santos, los casados, San  Antón y los solteros, San Sebastián, guardando el orden de desfilar en primer lugar, el santo que se celebraba aquel día. Por la tarde se procedía a la bendición de las caballerías, en esta caso el desfile lo iniciaba la Corporación Municipal y a  continuación el resto de participantes, con los jinetes y  sus esposas o novias a la grupa, vestidas en  muchos casos con trajes regionales. Al pasar por delante de la iglesia, se procedía a su bendición.

El día de Santa Engracia, se subía en procesión hasta la ermita, donde se celebraba la misa y terminada esta, se regresaba de nuevo a la iglesia entre cantos y acordes de música.

Mientras todo va ocurriendo, el pueblo va lentamente desangrándose, hoy se va una familia al mes siguiente será otra, unos y otros nos van marcando el destino que a todos nos espera “la emigración”. El año 1970, se va la última familia y en 1972, se inicia la demolición del pueblo, durante este tiempo los amigos de lo ajeno, hacen  su agosto,  cogen y se llevan lo que nunca les servirá para nada, pues aquellas puertas, aquellas ventas, cumplían fielmente su función en el sitio que estaban, pero una vez arrancadas, quedarán abandonas, sin acordarse más de ellas.

En alguna de las fotografías que acompañamos, da la sensación de un día de fiesta el día del pago, pero sólo es una despedida, entre aquella gente que ha venido le lejos, para recoger aquella limosna por una casa o unas fincas que en muchos casos no saben ni dónde están  y que con tanto cariño y esfuerzo cuidaron sus antepasados.

José Aguilar Martí